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domingo, 6 de noviembre de 2011

La maldición de la muchedumbre por Augusto Campos

La maldición de la muchedumbre



por Augusto Campos



Y otra vez el hedor inunda las calles. La muchedumbre maloliente mal-oliendo Buenos Aires. La pulcra Buenos Aires. La de los intelectuales, la de las modas, la de las leyes, la de las vanguardias, la del buen gusto, la arquitectónicamente esbelta, la políticamente correcta.

¡Casa tomada!: la City usurpada por la muchedumbre excitada, sedienta, frenética, dispuesta a todo.

Desbordan calles y avenidas. Avanzan. Desprolija y desordenadamente, llevándose todo puesto: las modas, las vanguardias, el buen gusto, las leyes, los intelectuales, la política.

Con sus críos y sin sus muelas. Con sus sueños y sin modales. Gritan, saltan, se abrazan, se saludan, se ríen, se empujan, se amontonan. Dicen Vida.

El hecho maldito del país burgués a la vuelta de la esquina, incontrolable y más maldito que nunca.

¡Plaza copada! los monstruos otra vez están de fiesta.

Y hay quienes odian que los monstruos se junten, vengan a la plaza y hagan fiesta. Les repugna. Porque ahí la muchedumbre se visibiliza, es decir se hace visible. Y se transforma en un gran espejo que incomoda, porque al mirarlo nos devuelve nuestros rostros americanizados. Es decir que nos recuerda que somos hijos de la América. Que no es más que la revelación de que no tenemos ni un pelo de pulcritud y que las modas, las vanguardias, el buen gusto, la arquitectura y la política que nos protegían de ese vaho maloliente eran pura cáscara, porque en el fondo todos estamos hechos de ese mismo hedor que emana de la plaza y que abunda en nuestros barrios, nuestras fábricas, nuestras villas miseria y que tanto odio les genera a algunos.

Y junto al odio el miedo. Porque así como el amor nos hace valientes el odio nos hace temerosos. Por eso quienes odian también temen. Temen mucho por sus bienes, pero también por sus teatros, sus bares, sus cines, sus restoranes, es decir su exclusividad, su prestigio, su distinción. “¡Si se juntan y hacen fiesta, algo están tramando! ¡Van a venir por todo!” Entonces hay que invocar al Orden: botas, palos, rejas, topadoras, leyes de inmigración. Todos los conjuros para abatir la maldición de las muchedumbres.

Y uno se pregunta ¿cuál es la raíz de ese miedo? ¿Dónde nace tanto odio?
Y uno se ensaya una posible respuesta: será porque los bienes, el prestigio, la exclusividad y las leyes que amparan a “unos pocos” fueron paridos con la más cruel de las violencias hacia los “más muchos”. Será porque nada de lo que brinda tranquilidad a una buena vida burguesa sería posible sin el despojo de las mayorías. Y será porque un día esas mayorías van a venir a cobrarse todo lo que les corresponde, y tal vez algunos sientan que ese día está cerca. Podría ser.
Pero una cosa es cierta. Cada vez que las muchedumbres se juntan y hacen fiesta en la plaza es seguro que empiezan a hablar a viva voz de derechos, de conquistas, de sueños, de dar vuelta la tortilla y la mar en coche. Y brindan por la esperanza y el futuro, y comienzan a convencerse de que no son solo muchedumbre, sino que son pueblo, hijos de una patria que también les pertenece. Y si la patria les pertenece también les pertenece a sus hijos y a los hijos de sus hijos, y entonces la van a defender con uñas y con dientes.

No hay tiempo. Se inquietan los chamanes del odio y del miedo. Hay que invocar al orden: botas, palos, rejas, topadoras, leyes de inmigración. Manotazos de ahogado. Al parecer la maldición avanza y más firme que nunca.

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